Prólogo a Senent

PRÓLOGO

(a Juan Antonio Senent de Frutos, Ellacuría y los derechos humanos, Bilbao, 1998, pp. I-V.)

Decía Albert Einstein que en nuestra época es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Este libro de Juan Antonio Senent sobre Ignacio Ellacuría constituye una invitación a desintegrar algunos sólidos prejuicios de nuestra cultura respecto a los derechos humanos. No podía ser menos si tenemos en cuanta no sólo la categoría intelectual de Ignacio Ellacuría, sino también el contexto histórico de sus reflexiones. Como es sabido, El Salvador, su país de adopción, sufrió durante los años ochenta una cruel guerra civil de cuyas heridas todavía está recuperándose. Miles de civiles perdieron la vida en los bombardeos indiscriminados, en los secuestros y "desapariciones", en las cárceles clandestinas, en las masacres de poblados enteros, en las ejecuciones sumarias, etc. Finalmente, Ellacuría también pagó con su vida su compromiso público en favor de una solución negociada al conflicto. Todo esto sucedía mientras que el gobierno salvadoreño podía mostrar al mundo unas aparentes estructuras democráticas, suscribiendo tratados internacionales sobre derechos humanos, y recibiendo el apoyo explícito o tácito de la mayor parte de los países occidentales.

Estas circunstancias no sólo indican la inevitable diferencia entre nuestros ideales y la realidad. Ignacio Ellacuría supo ver bien que la situación de El Salvador, como en general la situación de tantas masas humanas empujadas por doquier a la pobreza y a la muerte, desenmascara y desestabiliza tanto nuestros ideales como la realidad del sistema social triunfante en el mundo. Aparentemente, la mayor parte de los pueblos que viven actualmente en el planeta es gobernada por sistemas democráticos. Las naciones industrializadas se presentan a sí mismas como abanderadas de los derechos humanos y de las libertades democráticas. Y, sin embargo, la pobreza de millones de personas en todo el mundo desmiente cada día la vigencia fáctica de los derechos más elementales, como el derecho a la vida, a la salud, y a la educación. Igualmente, todos los sistemas democráticos del mundo no logran ocultar el hecho básico de que la humanidad actual no disfruta apenas de participación alguna en la determinación de su propio destino. El sistema mundial capitalista no sólo concentra los poderes reales de decisión en unos pocos individuos e instituciones, sino que desata dinamismos que escapan a todo control humano libre y racional, exponiendo a los más débiles a todo tipo de catástrofes financieras, sociales y ecológicas.

La filosofía social de Ignacio Ellacuría está especialmente capacitada para enfrentar estos problemas. Ante todo, Ellacuría insiste en los fundamentos biológicos de la moral. No es necesario interpretar esto en la perspectiva de las discusiones actuales sobre la fundamentación racional de la ética. El interés principal de Ignacio Ellacuría consiste en mostrar la prioridad de los derechos humanos más directamente relacionados con la supervivencia de la especie humana, y cuya amenaza define precisamente la situación de los pobres. Dicho en términos "praxeológicos": toda moral concreta de un grupo social y toda fundamentación racional de obligaciones universales hunde sus raíces en todos aquellos bienes elementales sin los cuales no es posible la praxis humana y por ende la ética. Si la insistencia en los fundamentos biológicos de la moral le permite a Ellacuría atender especialmente a los derechos más urgentes para los pobres, la perspectiva universal le posibilita pensar los derechos humanos a la altura de la situación histórica de nuestro planeta. En esto consiste, como bien señala Juan Antonio Senent, una de las aportaciones más características de la filosofía de Ellacuría sobre los derechos humanos. La realización histórica de los derechos humanos no se puede medir desde los estrechos márgenes de un Estado nacional. Una filosofía de los derechos humanos a la altura de nuestro tiempo requiere necesariamente un punto de vista planetario.

Desde este punto de vista, se comienzan a desintegrar algunos prejuicios. La perspectiva global, en el campo de los derechos humanos, significa que toda realización concreta de esos derechos se ha de medir desde el punto de vista de su posible universalización. En realidad, la filosofía ética de Ignacio Ellacuría conecta, en sus mejores momentos, con alguna tesis central del kantismo. Una forma de vida concreta, incluso cuando en su interior garantiza la vigencia de todos los derechos humanos hasta hoy codificados, puede no resultar precisamente universalizable. Las naciones industrializadas, desde el punto de vista de su estructuración jurídica interna, pueden presentarse en muchos casos como formas de vida en las que se realizan concretamente los derechos humanos. Por eso pueden llamarse orgullosamente a sí mismas "naciones democráticas". Pero este prejuicio se derrumba si las consideramos desde una perspectiva global. No se trata solamente de señalar que esas naciones, mediante sus alianzas políticas y comerciales internacionales (incluyendo la venta de armas) no constituyen precisamente un dechado de apoyo a los derechos humanos, especialmente a los derechos más básicos como el derecho a la vida. El problema consiste justamente en que esas naciones "democráticas", en la medida en que representan los polos industrializados de un único sistema económico mundial, no pueden universalizar su forma de vida por razones no sólo económicas (habría que diseñar un nuevo sistema económico mundial), sino también ecológicas. El modo de vida occidental no es universalizable sin poner destruir el medio ambiente global. Precisamente pro ello, estas naciones tienen que representar globalmente el papel de guardianes de las diferencias entre los propietarios y los excluidos, incluyendo un control férreo de las migraciones que contradice todas sus proclamas en favor de la libertad económica. Por eso mismo, estas naciones "democráticas" representan, globalmente consideradas, la oposición más frontal a los principios democráticos, y de hecho se oponen sistemática a todo intento de democratización de los organismos mundiales de decisión. Las "democracias" nacionales son dictaduras internacionales.

A la altura del nuevo siglo que comienza es necesario emprender la búsqueda de nuevas formas de defensa de los derechos humanos que sean capaces de incluir esta perspectiva internacional. En este punto es importante tomar conciencia de las diferencias que nos separan con algunas concepciones con el contexto en que surgieron las reflexiones de Ignacio Ellacuría. A diferencia de lo que se pudo pensar todavía en los años setenta y ochenta, el socialismo de tipo soviético no representa una alternativa viable al sistema capitalista, ni en el ámbito nacional ni mucho menos en el ámbito mundial. Del mismo modo, tampoco se puede pensar que la clave para las transformaciones sociales, en la nueva era que hemos comenzado, sea la toma del poder político en el Estado nacional. Sin duda la existencia de gobiernos nacionales interesados en el cambio social puede beneficiar en muchos casos a la mayorías más pobres del planeta. Sin embargo, el carácter global del sistema económico y la concentración del poder político y económico en estructuras transnacionales exige nuevas estrategias de lucha. Con ello no nos referimos solamente a las transformaciones en las estructuras globales de decisión. Muchos cambios se han de iniciar en el ámbito local e inmediato. Aquellas estructuras partidarias, sindicales, religiosas o universitarias que retóricamente se interesan en los derechos humanos, ya no pueden utilizar su propia lucha como excusa para aplazar el cuestionamiento de sus propias estructuras internas. Los plazos de lucha son más amplios de lo que muchos pensaron hace diez o veinte años. Por eso mismo, ninguna lucha por los derechos humanos es creíble ni viable si esos derechos humanos no comienzan a realizarse desde hoy mismo entre quienes dicen luchar por ellos. Es algo que ya vieron hace siglos los profetas bíblicos: solamente si el pueblo elegido era modelo de nuevas relaciones sociales podía esperar la peregrinación de todas las naciones hacia él.

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