Presentación de "El problema teologal del hombre: Cristianismo"

"Presentación", para el libro de Zubiri sobre El problema teologal del hombre: Cristianismo

Este nuevo volumen de inéditos viene a llenar un vacío en la publicación de los escritos de Xavier Zubiri. Para Zubiri, el cristianismo representa "la suprema experiencia teologal", y la teología cristiana constituyó, según el testimonio del propio filósofo, "una de las fibras más íntimas" de su realidad personal. Sin embargo, si exceptuamos un estudio sobre la patrística griega aparecido en Naturaleza, historia, Dios, y un artículo de 1981 sobre la eucaristía (incluido como apéndice en este libro), la mayor parte de las reflexiones de Zubiri sobre problemas teológicos solamente resultaron accesibles a un grupo reducido de discípulos. A partir de ahora ya es posible para todos los lectores, tanto en el campo de la filosofía como en el de la teología, un acceso directo a los textos fundamentales de Zubiri sobre temas teológicos. Sin embargo, algunas advertencias pueden ser útiles para orientar su lectura.

En primer lugar, hay que señalar que estamos ante las reflexiones de un filósofo. No es éste el lugar de decidir la cuestión, más compleja de lo que pudiera parecer inicialmente, del estatuto filosófico o teológico de estos textos. Sin embargo, es obvio que una comprensión completa de este volumen de inéditos supone un conocimiento suficiente de la filosofía de Zubiri. Los teólogos no debieran de sorprenderse por ello. También las grandes construcciones teológicas han recurrido profusamente a la filosofía. Lo original de Zubiri, quien indudablemente se entendió a sí mismo como filósofo y no como teólogo, es que él mismo ha llevado a cabo, al menos inicialmente, una aplicación de su filosofía a problemas teológicos. Por eso mismo, la lectura de estos inéditos resultará especialmente provechosa para aquellos teólogos que estén dispuestos a introducirse previamente en los conceptos fundamentales de la filosofía de Zubiri.

La segunda advertencia enlaza directamente con la primera. La filosofía de Zubiri estuvo sometida a un proceso de evolución y radicalización que solamente termina con la muerte del filósofo. Esto significa que la fecha de los textos que presentamos a continuación es relevante para su comprensión adecuada. Por eso nos hemos esforzado en informar siempre al lector sobre la procedencia de cada uno de los textos. Los temas fundamentales del cristianismo no son presentados de la misma manera en el curso de 1967 que en el de 1971. También se pueden observar importantes diferencias entre la conceptuación de la eucaristía en el curso del año 1971 y la que aparece en el mencionado artículo de 1981. Por lo que se refiere al conjunto de su obra, hay un acuerdo generalizado entre los intérpretes de Zubiri en tomar su trilogía sobre la Inteligencia sentiente (1981-1983) como clave de lectura para todos sus escritos anteriores. Del mismo modo, los escritos de Zubiri sobre el cristianismo tendrían que interpretados no sólo desde esa trilogía, sino también desde sus últimas reflexiones sobre problemas teológicos, contenidas en el artículo de 1981.

Esto nos lleva a una tercera advertencia sobre la selección y el estado de los textos. Zubiri abordó sistemáticamente varios problemas teológicos en el curso del año 1967, titulado "Reflexiones filosóficas sobre algunos problemas de teología". De nuevo volvió sobre los mismos temas en la tercera parte del curso de 1971, titulado "El problema teologal del hombre: Dios, religión, Cristianismo". Los dos textos tienen una estructura semajante, de modo que había pocas dudas en preferir el más reciente. Por ello, la transcripción mecanográfica de las lecciones del año 1971, levemente revisada por Zubiri, constituye el esqueleto del presente volumen de inéditos. A estas lecciones se les ha antepuesto la última parte del curso de 1968 sobre "El hombre y el problema de Dios", que sí fue revisada más detenidamente por el filósofo. La introducción sobre "el logos teologal", el apéndice sobre "la evolución del dogma" y la "conclusión general" son textos mecanografiados por el propio Zubiri. Finalmente, el apéndice sobre la eucaristía fue publicado en vida del filósofo. Para valorar adecuadamente cada uno de los textos es importante tener en cuenta no sólo su fecha, sino también el nivel de elaboración que su autor pudo proporcionarle en cada caso.

La cuarta advertencia se refiere al grado de intervención del editor en este libro. En los textos mecanografiados por el propio Zubiri, la intervención ha sido prácticamente nula, limitándose a la corrección de alguna errata de Zubiri o a la inserción de algunas notas bibliográficas. La transcripción de los cursos orales necesita una mayor elaboración editorial para pasar del estilo oral al escrito. Sin embargo, el estilo oral de Zubiri era, por lo general, enormemente técnico y preciso, de modo que el trabajo del editor es más limitado de lo que se podría pensar inicialmente, y nunca ha sido necesario interpretar al filósofo ni alterar su estilo o su vocabulario. Del mismo modo, la estructura fundamental del libro, por ser la del curso de 1971, procede plenamente de Zubiri. El editor solamente ha tenido que decidir sobre la inserción de los textos complementarios. Ahora bien, esta inserción no ha planteado demasiadas dificultades, pues se adapta al esquema general en el que Zubiri exponía el "problema teologal del hombre". Por eso se puede decir que estamos ante un libro que procede íntegramente de Zubiri, y no ante una mera componenda editorial.

En quinto lugar, es menester advertir que el presente libro expone la tercera y última parte de lo que Zubiri llamaba "el problema teologal del hombre". La primera parte corresponde a lo publicado póstumamente en El hombre y Dios, donde Zubiri se enfrenta al problema de la realidad de Dios y del acceso humano a él. La segunda parte ha sido recogida en El problema filosófico de la historia de las religiones, donde Zubiri estudia el despliegue del problema de Dios en la experiencia religiosa de la humanidad. La tercera parte, que ahora ve la luz editorial, concluye lo que podríamos denominar la "trilogía teologal" de Zubiri. Naturalmente, todo esto significa que una interpretación correcta del presente libro requiere la asimilación de las dos partes que le preceden. De todos modos, en las notas a pie de página hemos indicado las referencias más importantes a los dos volúmenes anteriores.

Finalmente, algunas advertencias de tipo formal. Con frecuencia hemos mantenido la grafía original de las expresiones hebreas, arameas y griegas, pues ésta es la que Zubiri usaba al corregir a mano sus cursos. Sin embargo, en algunos de sus textos mecanografiados y en sus últimas publicaciones, Zubiri acostumbraba a transcribir. Por ello hemos tenido que unificar los criterios. Las citas textuales de la Biblia las presentamos traducidas al castellano, utilizando siempre que es posible la traducción o la paráfrasis del propio Zubiri. Solamente ofrecemos en su lengua original las palabras que tienen algún interés sistemático para el filósofo. En el caso de vocablos hebreos y arameos, ofrecemos a continuación de los mismos una sencilla transcripción para facilitar su lectura. Algunas palabras de uso frecuente, como Yahveh, aparecen siempre transcritas. Las referencias bíblicas se han introducido también en textos en los que Zubiri no aportaba ninguna. Las citas del magisterio de la Iglesia católica se presentan con las siglas DS, que se refieren, como es habitual en textos teológicos, a los párrafos del compendio de H. Denzinger y A. Schönmetzer, Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (Barcelona, 1975). Por último hay que indicar que las notas a pie de página son responsabilidad del editor siempre que no se indique otra cosa.

No me queda más que expresar mi agradecimiento a todas las personas que han contribuido a la edición de este texto, especialmente a Andrés Torres Queiruga y Xavier Pikaza, quienes revisaron un primer borrador en el año 1993. Y también a Francisco José Ruiz, Gabino Uríbarri, y Roberto Valdés por su minuciosa corrección del texto definitivo que ahora presentamos.


Antonio González SJ

San Salvador, julio de 1995